Liberalismo, democracia y populismo
“En América Latina el liberalismo y la democracia siempre marcharon por caminos
diferentes porque el liberalismo era la forma de organización política de las
oligarquías locales y la democracia era algo que no se expresaba a través de
los canales liberales sino que se expresaba muchas veces a través de dictaduras
militares de carácter nacionalista. Y los regímenes que eran predominantemente
democráticos fueron formalmente antiliberales. Cuando la democracia empieza a
surgir en América Latina es siempre rompiendo con los esquemas clientelistas
del poder. En la Argentina el peronismo no fue una excepción a este proceso.
Hubo muchos otros procesos en América Latina que transitaron vías similares. El
Estado Novo de Vargas fue una expresión de un nacionalismo populista
democrático formalmente antiliberal y antioligárquico. El peronismo de algún
modo lo fue, junto con otros modelos. Cuando uno pensaba el sujeto
emancipatorio a principios del siglo XX, pensaba en la clase obrera; pensaba en
una simplificación de la estructura social bajo el capitalismo. Era un discurso
en torno de la homogeneización y la eliminación progresiva de las diferencias.
Hoy ocurre lo contrario: hay una explosión de diferencias y el problema
político fundamental es cómo reunirlas en un proyecto de emancipación más
global. Desde el punto de vista de la izquierda, el desafío ahora es seguir
ampliando los niveles de acceso de los excluidos y, a la vez, encontrar un
discurso político articulador para la enorme proliferación de diferencias”.
“Dictaduras nacionalistas democráticas”
“Los Estados latinoamericanos eran
oligárquicos-liberales y caudillistas, pero no eran en absoluto democráticos.
Había un clientelismo total con las bases de sustento. El resultado fue que,
como consecuencia del desarrollo económico, empiezan a surgir sectores de clase
media profesional, sectores populares de distinto tipo que tienen demandas que
los regímenes oligárquico-liberales son incapaces de resolver las demandas de
las masas. Es ahí donde se produce un cortocircuito. En un momento las demandas
van más allá de la capacidad de absorción de los sistemas liberales y entonces
empiezan a cristalizar dictaduras militares nacionalistas que son profundamente
democráticas. Sí, es la idea de la dictadura del pueblo. Hacia 1910 hubo
grandes esfuerzos reformadores del clase media que trataban de ampliar las
bases sociales del sistema. Fue el caso de Irigoyen en Argentina, Suárez
Ordóñez en Uruguay, Alexandri en Chile, Madero en México, Rui Barbosa en
Brasil. Pero como resultado de la crisis económica de los años treinta estos
esfuerzos reformistas fracasan y el resultado es que las demandas insatisfecha
se empiezan a expresar a través de regímenes que ponen en cuestión las bases de
la organización liberal. En Argentina fue el peronismo, en Brasil el varguismo,
el MNR en Bolivia y así por el estilo. Es decir, reformas populares
democráticas pero que se desarrollan en un cuadro institucional no liberal. La
tradición popular-nacional-democrática y la liberal-democrática siguieron
separadas. Y yo pienso que solo en los últimos 30 años, como resultado de las
dictaduras más brutales que el continente haya experimentado y que golpearon a
las dos tradiciones, es que éstas tienden a converger, pues ya no son
incompatibles con el funcionamiento democrático-liberal de las instituciones.
El imaginario global sigue siendo popular-nacionalistas, pero las formas
institucionales son perfectamente compatibles con la idea las instituciones
liberal democráticas”.
Tensión creativa
En concepto de Laclau la tensión que están generando los proyectos populares en
América Latina constituyen “tensiones creativas” porque dan lugar a nuevas
circunstancias políticas así como a nuevas instituciones, las cuales, afirma,
no son ni puede ser “neutrales”.
En el ámbito político apunta que los gobiernos populistas de izquierda o
centro-izquierda en la región han contribuido a la desintegración de los
sistemas tradicionales de partidos. “Los partidos de oposición de derecha se
han desgranado y se quedaron sin proyecto político. La derecha en Latinoamérica
se ha comenzado a organizar no a través de los partidos sino del poder
mediático”.
Finalmente, insiste en que estos proyectos progresistas necesariamente chocan
con las formas institucionales existentes “por lo que tendrán que cambiarlas en
una u otra dirección, es lo que Gramsci llamaba guerra de posición consistente
en crear nuevos complejos institucionales”.
Laclau es optimista del futuro político de América Latina. Considera que la
región atraviesa por un buen momento histórico-político y concluye señalando
que hoy esta región va camino a consolidarse como un país, una sola nación,
como lo soñó el historiador argentino Abelardo Ramos en uno de sus libros en
1949. Tras advertir que “va haber populismo para rato”, recomienda
“reconquistar nuestro pasado para construir un imaginario político nuevo”.
Por Fernando Arellano Ortiz
Por Fernando Arellano Ortiz