El que resucito fue uno de esos derrotados y crucificados. . .
No fue un Cesar en el auge de su poderío. . .
(Leonardo Boff, ¿Cómo predicar la resurrección en un mundo amenazado de muerte colectiva?, Desde el lugar del pobre, pp. 135-147)
No fue un Cesar en el auge de su poderío. . .
(Leonardo Boff, ¿Cómo predicar la resurrección en un mundo amenazado de muerte colectiva?, Desde el lugar del pobre, pp. 135-147)
Para empezar pisando tierra firme cuando se trata de definir las implicaciones del hecho de la resurrección para nuestros día y no perdernos en los pantanos conceptuales de la especulación de la misma, es preciso empezar por averiguar que clase de persona fue la que murió para luego resucitar: Jesús de nazaret, hombre sin ninguna ascendencia ilustre, de pueblo, pobre, humilde y sencillo, criado en las condiciones de ausencia de poder, llámese político, económico, religioso etc. propias de los de sus clase. Un ser humano real pero con un proyecto concreto: Denunciar la injusticia y anunciar la plenitud de vida a través del llamado Reino de Dios. Desde aquí hay que leer su estilo de vida, una vida de reino la cual indefectiblemente lo ha de llevar a la muerte y a su posterior resurrección. Una y otra no son producto de un hecho fortuito, ni de alguna disposición arbitraria de alguna divinidad sedienta de mantener su honor a costa de la sangre de un inocente, sin no consecuencia de una opción libre y radical en favor de la causa de la justicia, la paz y la libertad, una justicia, una paz y una libertad concretada a través de unos actores muy específicos: Los y las empobrecid@s de carne y hueso de la historia terrena. Entonces tenemos que estos actores, los empobrecidos, son los que le viene a decir a Jesús de nazaret por donde es que hay que encausar su proyecto de reino: en donde halla ausencia de justicia, paz y libertad, de las cuales ellos mismo son victimas. Aquí ya podemos ir perfilando algunos elementos bien importantes que a la postre se convertirán en ejes fundamentales para entender la resurrección de Jesús y de que valores deben atravesar su anuncio: empobrecidos, justicia, dignidad, paz y libertad. Pero dejemos por ahora en están bye este tema y adentremos en otro aspecto bien fundamental en el hecho de la resurrección: El de la apertura. ¿Quienes y qué actitud asumen los que se dejan sensibilizar por el hecho de la resurrección de Jesús? Los empobrecidos, los que precisamente no cuentan con nada a que aferrarse, los que se saben libres del poder alienatorio del poder de este mundo. Es que la apertura es vital si se quiere entender a cabalidad las implicaciones de la resurrección. Es un abrirse sin condiciones a un estilo de vida que los llevará a la plenitud desde sus miserias, este abrirse quiere decir, renuncia, sacrificio, perseverancia y entrega coherente por un proyecto de vida a lado de los empobrecidos, y el cual se engloba en lo que mas arriba se dijo, como un proyecto de Reino. Y aquí aparece lo aparentemente contradictorio del anuncio del Reino, ¿un reino de vida que exige renuncia, entrega y hasta posiblemente la muerte? Y la contradicción resulta ser tan solo algo aparente, pues lo que se muere en aquellos que luchan por dicho reino es precisamente aquellas estructuras de muerte que impiden el resurgir de una vida plenificante y abundante y luego así es que surge la pregunta, ¿es vida esta vida? ¿Qué es la vida? ¿Cuál es su resultado final? Y es que la resurrección proyecta una luz sobre las cuestiones vitales de la existencia y obliga a un replantear permanentemente de nuestros presupuestos de vida, las cuales casi siempre se resumen en una simple sobre vivencia de lo humano. Mas bien lo que se afirma desde el misterio de la resurrección es que la vida mortal no muere definitivamente, sino que es posible una plenificación tan densa y perfecta que ni siquiera la misma muerte consigue penetrar y realizar su obra de destrucción, en otras palabras, aquello que los seres humanos llamamos vida, recibe paradójicamente desde la resurrección, un llamado a la vida, es por eso que la apertura resulta definitivo a la hora de asumir el hecho de la resurrección, bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Entonces, hasta aquí tenemos que experiencias tales como empobrecidos, justicia, dignidad, paz y libertad y ahora apertura entre otros, resultan claves a la hora de entender la resurrección en nuestros días de destrucción y muerte. Y es que precisamente uno se puede preguntar si ¿no son características propias de nuestra historia terrena de hoy y de la de ayer, el hecho que nuestro mundo sea un mundo de empobrecidos, de injusticias, de guerras y destrucción, de todo tipo esclavitud y en donde el egoísmo y la acomodamiento están a la orden del día? Es por eso que a esto es que estamos llamados y llamadas a morir en nuestra historia y no en otra historia, pero también resucitamos es en esta, nuestra historia, por lo que somos llamados y llamadas a adherirnos a un estilo de vida que al estilo de Jesús de nazaret se caracterice por la donación creando relaciones fraternas, luchando por superar los mecanismo de venganza, abriéndose al misterio sin nombre que los cristianos y cristianas llamamos Dios, entonces solo así nos hallaremos impregnados de aquella misma fuerza misteriosa que fue capaz de levantar a Jesús de entre los muertos y que hoy clama por hallar lugar en nuestras vidas cansadas y agobiadas por el pecado y la muerte. Aquí no estamos hablando de otra cosa que de vivir la resurrección hoy por medio de acciones reales, eficaces y pertinentes que denuncien todo aquello que mata la vida de nuestro pueblo pero que a la vez sea un medio de anuncio de la Buena nueva de vida para aquellos que bordean a diario la muerte en todas sus expresiones. Y es que debemos acatar el hecho de que así como el que resucito ayer fue el mismo que murió, Jesús de nazaret, la resurrección hoy implica igualmente que el ser humano en toda su integralidad es el llamado a vivir una nueva experiencia y sin espacio para las dicotomías alienantes en su ser. Pero también debemos observar que no es simplemente un vivir por vivir, sino un vivir nuevo, una vida cambiada en dirección de algo mas pleno, esto es una perfecta comunión con todo lo creado que le permita potenciar su existir y así vivir para siempre en fraternidad radical con todo el universo.
Por último, la resurrección hoy implica asumir el hecho de que el que resucito fue uno de esos derrotados y crucificados, Jesús de nazaret y de que así como Dios ayer tomo partido resucitándole de la muerte, hoy también somos llamados a vivir una vida al lado de lo perdedores y perdedoras de la historia y saber que nuestra sed de vida jamás será defraudad por los imperios de la muerte, pues la resurrección de un derrotado se convierte ya en un anticipo de la derrota de los que asesinan la vida, pues se entra en una lógica diferente que rompe con el consabido esquema de poder y avasallamiento para poder triunfar, para adéntranos en un mundo de nuevas relaciones caracterizadas por la justicia, la solidaridad y la fraternidad.
Así pues y a manera de colofón podríamos terminar diciendo que anunciar la resurrección hoy significa asumir un compromiso claro y concreto a favor de la causa de los desvalid@s, de los vilipendiad@s y asesinad@s de la historia, y esto es ya una denuncia, para desde allí empezar a construir juntos juntas y en esperanza, unas nuevas relaciones basadas en la apertura, la justicia, la paz y la libertad y en camino de integralidad, vida plena y comunión radical con toda la creación, lo cual significa el anuncio de la Buena Nueva de la liberación traída por la resurrección.
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